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El peligro que amenaza con rasgar nuestra fragilidad nunca se detiene, siempre está allí, persiguiendo nuestra integridad. La naturaleza que nos domina y nos define no permite que estemos exentos de padecer cualquier clase de sufrimiento.

 

Nuestra vida está siempre en un constante vaivén, esquivando aquellos peligros. La vida en si misma con su inherente fin no se puede desligar de su destino. Y nosotros atados a ella no podemos protegernos ni resguardarnos de ninguna manera de aquel final.

 

Mas lo terrible de nuestro destino no es precisamente que acabe, lo aterrador de nuestra naturaleza es tener que experimentar la agonía, el dolor, la angustia, la congoja, la tribulación. Vivir para sufrir, eso es lo verdaderamente horrible: La vida como agonía.

Sobre la fragilidad

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